jueves, 28 de octubre de 2010


La eficacia transformadora de la Eucaristía
viernes, 17 de julio de 2009
Ramiro Pellitero
________________________________________
Eucaristía, Iglesia y existencia cristiana en la exhortación postsinodal «Sacramentum caritatis»
Publicado en "Scripta Theologica" 40 (2008) 107-124
Sumario
Introducción.- 1. Novedad y radicalidad del culto cristiano.- 2. La ofrenda de la propia vida a Dios, a través de Cristo y en comunión con la Iglesia.- 3. La "forma eucarística" de la vida cristiana y el dinamismo de la caridad: 3.1. La vida cristiana tiene "forma eucarística" en cuanto "culto espiritual": a) ¿Qué tipo de "forma" y de "culto"?; b) Valor eclesial y antropológico del culto espiritual. "Vivir según el domingo"; c) Vertiente pública y socio-cultural de la vida cristiana en un tiempo de secularización. Misión de los fieles laicos.- 3.2. Eucaristía, misión y testimonio cristiano.- 3.3. Eucaristía: vida del hombre y del mundo: a) Dinamismo social y liberador de la Eucaristía; b) Responsabilidad por la creación; c) Hacia una síntesis.- 4. Implicaciones Teológico-pastorales y educativas: a) Eucaristía, Iglesia y existencia cristiana; b) Implicaciones operativas.
Introducción
La Exhortación Sacramentum caritatis, sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia (22-II-2007), se sitúa, como tantos documentos de la Iglesia, no en una perspectiva puramente doctrinal ni tampoco puramente "práctica". Consciente "del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este Sacramento" (n. 5), el texto adopta un enfoque teológico-pastoral, para afrontar la relación entre la fe en la Eucaristía, la celebración eucarística y el "culto espiritual", como dimensión esencial de la vida cristiana y del servicio (la caridad) que los cristianos prestan en el mundo.
En efecto, la finalidad declarada del texto es: "Recomendar…que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad" (n. 5). A esa finalidad corresponde su estructura tripartita: la Eucaristía como misterio que se ha de creer, como misterio que se ha de celebrar, como misterio que se ha de vivir. La trilogía fe-celebración-vida es un reflejo de otra trilogía que, según la encíclica Deus caritas est, articula esencialmente la misión de la Iglesia: anuncio de la Palabra de Dios – celebración de los sacramentos – servicio de la caridad (kerygma-martyria,leiturgia, diakonia) (cfr. los nn. 20-25 de la encíclica).
Una de las tesis de fondo de la Exhortación que nos ocupa es la novedad, radicalidad y carácter definitivo del culto cristiano, y cómo debe entenderse y vivirse ese culto, que, en cierto sentido, se identifica con la vida cristiana. Sobre el trasfondo del misterio y de la misión de la Iglesia, la vida cristiana está caracterizada, toda ella, como culto espiritual que se centra en la celebración eucarística.
La relación Eucaristía-vida se desarrolla como tal en la tercera parte: "la Eucaristía como misterio que hay que vivir". En ella se concentra la finalidad pastoral del texto, que desea espolear las conciencias de los cristianos para que vivan plenamente la Eucaristía también en lo que implica con respecto a la vida social.
Dos anotaciones más de la introducción nos interesan:
a) La temática de la relación entre el Misterio eucarístico (fe), el acto litúrgico (celebración) y el nuevo "culto espiritual" derivado de la Eucaristía (caridad) fue señalada por los Padres sinodales en la Proposición primera de las presentadas al Papa [1].
b) La conexión, expresamente señalada por Benedicto XVI, entre la perspectiva de esta Exhortación y su primera Encíclica "Deus caritas est", en la que subrayaba la relación entre la Eucaristía y el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo (cfr. n. 5).
El núcleo de la relación Eucaristía-vida es, en definitiva, la vida cristiana entendida como culto espiritual. Veamos a continuación cómo se plantea y qué significa esto en la ExhortaciónSacramentum caritatis [2], a lo largo de sus tres partes.

1. Novedad y radicalidad del culto cristiano
Cristo instituye la Eucaristía en el contexto de una cena ritual donde se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, que anunciaba también una liberación futura de la esclavitud y el pecado, "una salvación más profunda, radical, universal y definitiva" (n. 10). La institución de la Eucaristía muestra cómo la muerte del Señor, de por sí violenta y absurda, "se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad" (ibid).
Las palabras de Jesús, "Haced esto en conmemoración mía", no pueden entenderse en el sentido de una mera repetición: "El memorial de total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino propiamente en la Eucaristía, es decir, en la novedad radical del culto cristiano" (n. 11). ¿Por qué novedad radical? Porque Jesús nos encomienda participar de su entrega, cosa que no sucedía en ningún culto anterior al culto cristiano; porque "la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús", "nos implicamos en la dinámica de su entrega". Es aquí donde recurre el Papa a la imagen de la fisión nuclear, que utilizó con los jóvenes en Colonia: en lo más íntimo de la creación se introduce un proceso de transformación de la realidad que, a través de los cristianos, termina por transfigurar el mundo entero, cuando Dios será todo en todos (cfr. ibid., en referencia a 1 Co 15, 28). Es la nueva y eterna alianza en la sangre del verdadero Cordero inmolado, que comienza transformando el corazón del cristiano y termina transformando el cosmos.
En esa transformación tiene un papel central el Espíritu Santo. Como se manifiesta en la epíclesis, gracias al Espíritu de Cristo el pan y el vino, elementos esenciales de ese culto nuevo, se convierten en el cuerpo y sangre del Señor. La dinámica transformadora de la Eucaristía, se introduce así en la historia y en el seno de las culturas (cfr. n. 12).
La Eucaristía es constitutiva del ser y actuar de la Iglesia, que es esencialmente comunión. Y esa comunión se expresa a su vez mediante los sacramentos. Si por medio de la Eucaristía "los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo" (PO 5), mediante los sacramentos "la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios". Se realiza así la dimensión ascendente y descendente de la liturgia cristiana: llevar todas las cosas a Dios, llevar la vida divina a todas las cosas.
Después de explicar la relación entre la Eucaristía y los sacramentos, y de recordar cómo la vida cristiana es un pregustar la felicidad escatológica definitiva, a modo de síntesis de la primera parte, se insiste en que "la vida cristiana [está] llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios" (n. 33). Y de ese culto espiritual, núcleo y quintaesencia del cristianismo, la Virgen María es ejemplo, realización perfecta y signo de esperanza (vid. también n. 96).
La primera parte nos dice, en conclusión, que el culto espiritual, radicalmente nuevo respecto a todos los cultos anteriores de las religiones (también el del Antiguo Testamento, que era el más perfecto), consiste en ofrecer la propia vida con todo lo que comporta, junto con Cristo, a Dios Padre. Qué tiene que ver esto con la celebración de la Eucaristía, es lo que se plantea a continuación.

2. La ofrenda de la propia vida a Dios, a través de Cristo y en comunión con la Iglesia
La clave se ofrece de inmediato: hay en la Eucaristía una Ofrenda y un Sacrificio: Jesús no da simplemente algo de sí mismo, sino que ofrece y entrega toda su vida por nosotros como verdadero Cordero pascual (cfr. nn. 7s). Gracias a la sacramentalidad de la Iglesia, centrada en la Eucaristía, "los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo" (n. 17).
En su segunda parte el documento expone la Eucaristía como "misterio que se ha de celebrar": quién celebra (Cristo y la Iglesia: Christus totus, en palabras de San Agustín) y cómo debe celebrarse (ars celebrandi), la estructura de la celebración y las condiciones para una auténtica participación (actuosa participatio, dice el Concilio Vaticano II), desde el núcleo de la participación interior y en conexión con la adoración y la piedad eucarística [3]. Con palabras tomadas del Sínodo, se explica el sentido de la presentación de las ofrendas: "En el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre" (n. 47).
En el caso de los enfermos, se apunta que la comunión sacramental refuerza su relación con Cristo crucificado y resucitado, de modo que "podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufrimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor" (n. 58).
Haciendo un paréntesis, vale la pena anotar a este propósito que el cristianismo no es, como algunos dicen, la religión del sufrimiento, sino, en todo caso, la religión del amor y de la vida. No hay en ninguna otra religión, ni en ningún sistema de pensamiento, respuesta definitiva al misterio del dolor y la muerte, que el cristianismo transforma en Vida plena sin quitarle su misterio. San Agustín explicaba que el núcleo del sacrificio (sacrum-facere= hacer algo sagrado), del que habla el culto cristiano, no es el dolor, sino el amor como participación de la vida divina. El amor más fuerte que la muerte, afirma ya el Cantar de los cantares, y no sólo para el más allá. El cristianismo da un sentido al dolor y a la muerte porque, ante todo, da un sentido a la vida.
Para una participación fructuosa en la celebración eucarística, además de la confesión –de la que se trata en la primera parte (nn. 20-22)– se insiste aquí en que "es necesario esforzarse en corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero" (n. 64). Para ello se requiere una educación sobre el sentido de la Eucaristía, es decir, una "catequesis mistagógica". Con ese fin, además de la Eucaristía bien celebrada, se aconsejan tres cosas: interpretar los ritos a la luz de los acontecimientos de la salvación; introducir a los fieles en el lenguaje de los signos y gestos, que, unidos a la palabra, constituyen el rito; "enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso", sin olvidar la responsabilidad misionera. Se trata de "tomar conciencia de que la propia vida es transformada progresivamente por los santos misterios que se celebran.", educar al cristiano como "hombre nuevo" y prepararle para el testimonio que debe dar en el mundo (ibid).
En resumen, la segunda parte explica que la Eucaristía es un "misterio que se ha de celebrar" y que para hacerlo adecuada y fructuosamente, es necesaria la ofrenda de la propia vida en unión con el sacrificio de Cristo. De la celebración eucarística nace el culto espiritual que caracteriza, que da "forma" a la vida cristiana.